Nadia Ghulam, Editor: Laura Garcia Jordan
Translated by Melissa Barnetche
The stories of The Arabian Nights fall short next to the stories of the more than 10,000 people that live inside the refugee camps of the island of Lesvos. Every day, many of them go to the offices of non-profit organisations and solidarity groups that work here, such as the Legal Centre Lesvos.
Often, they arrive an hour earlier of the appointed time. Even though it is painful, they retell their long journey through snow covered mountains, through arid deserts, through the dangerous sea, carrying their small children in arms, going through different traumatic situations, crossing militarised borders, only possible with the help of human traffickers. These are real stories, not from The Arabian Nights. Before saying anything, their sorrowful eyes say everything. Theirs are stories of desperation, of terror, of fear and anguish. But above all, they are stories already lived without knowing the ending.
In these stories there’s not just one sultan who wants to kill the women. In these stories, there are sultans from different countries that come to reek terror – sometimes from abroad, sometimes from within their own borders, forcing citizens to escape. They kill and rape with abandon. There are so many people escaping their countries because of these sultans! These are not legends, these are not tales, these are real stories that are happening right now.
The traumas that these people have survived in their journeys to the island, don’t seem to me harsher than what was lived through World War II or during the Nazi era. And this is happening right now. They don’t tell us these stories in order to stay in the island, but with hopes of one day escaping this cancer that seems to have no cure. There are people in solidarity, volunteers and some non profit organisations that do what they can, but who also know that we can’t help them as they deserve. Against the great European powers, they are very small. Small compared to the powers that rule them and make decisions for them. But these individuals and groups are also great, thanks a strong heart that help them continue in these circumstances. We are listening in order to share the voices of those who arrive here, so that Europeans organise themselves outside the institutions which oppress them; and so that those who vote, refrain from voting for those who promote, allow, and sell the weapons that are destroying the lands, houses, and homes of so many people.
They tell us their stories over and over. Interpreters listen and translate, lawyers take notes, and with a look of empathy and solidarity, we accompany them. All have survived psychological and emotional blows, and hope the rest of humanity will listen to them. The hope of living in a better world is met with closed borders, the arms trade, the violent pillage of natural resources, the deployment of soldiers to perpetuate war. If people are continue arriving to Lesvos, it is because they are fleeing violence, and fleeing war.
There are many people that never imagined having to leave their countries by force. They didn’t know other ways of life, other cultures, other foods. Back in their countries they were shopkeepers, mechanics, farmers… Now they need to start all over again from nothing, without speaking the language, sometimes without even knowing how to read and write. How are they going to adapt! If Europe doesn’t want people to come here, then please leave Syria, Afghanistan, Palestine, Congo, Haiti alone! Let them live in peace! This farmer and this woman that don’t read and write even in their own language wanted to stay home, they didn’t want to come here. But war and the sustained violence left them no other option but to throw themselves to the mercy of the sea.
To stop this violence from continuing to grow, it is our duty as a civil society to organise and promote a world without these “sultans”. A world where we listen to each other, where we work to live in peace and love. A world with human sensibility. Where we respect each other and work towards a peaceful world without segregation and hardships. It is not hard to do. We just have to begin and work collectively to build and create this peace that we all desire so much. We just need to act.
Guerra y violencia, lejos de Las mil y una noches
Nadia Ghulam, editado por Laura Garcia
Las historias de Las mil y un noches quedan muy cortas ante las historias de las más de 10.000 personas que viven dentro de los campos de refugiados de la isla de Lesbos. Cada día, muchas de ellas acuden a las oficinas de cooperantes de las organizaciones sin ánimo de lucro que trabajan aquí, y espacios solidarios, como Legal Center Lesbos.
A menudo, llegan una hora antes de su cita prevista. A pesar del dolor que les provoca, cuentan su dura travesía por el mar y por las montañas llenas de nieve o por desiertos sin agua, muchas veces con niños pequeños en brazos pasando por diferentes situaciones de trauma cruzando fronteras militarizadas a manos de los traficantes de personas. Son cuentos reales no de Las mil y un noches. Antes de empezar a contar nada, solo con sus miradas tristes ya te dicen todo. Son historias de desesperación, de terror, de miedo y angustia. Y sobretodo, historias vividas sin saber el final.
En estos cuentos no aparece un sultán que quiera matar sólo a las mujeres. En este cuento hay sultanes de diferentes países que llegan a generar horror – a veces desde afuera, a veces en sus propias fronteras- que obligan a los ciudadanos a escapar. Matan y violan sin parar. ¡Hay tanta, tanta gente que está escapando de su país por culpa de estos sultanes! No son leyendas, no son cuentos, son historias reales que ahora mismo están pasando.
Los traumas que han vivido estas gentes durante el viaje hasta llegar aquí, no me parecen menos duros que los que se vivieron en la Segunda Guerra Mundial o durante el nazismo. Y ahora, sí, ahora está pasando. Ellos no nos cuentan sus historias para quedarse en esta isla, sino con la esperanza que un día puedan salir de este cáncer que casi no tiene cura. Hay gente solidaria, voluntarios, y algunas organizaciones sin ánimo de lucro que hacen lo que pueden, pero también saben que probablemente no los podemos ayudar como ellos realmente merecen. Ante los grandes poderes europeos, son muy pequeños. Pequeños al lado del poder de los que mandan y deciden. Y también muy grandes gracias a un corazón muy fuerte que les ayuda a seguir viviendo. Estamos aquí escuchándolos para compartir su voz, para que la ciudadanía de Europa se organice fuera de las instituciones que les oprimen, y para que los que votan, no voten a los que promueven, a los que permiten, a los que están vendiendo las armas que están destruyendo las tierras, las casas, los hogares de tanta gente.
Ellos nos cuentan una y otra vez sus historias. Los traductores escuchamos y traducimos, los abogados toman nota y con una mirada de solidaridad los acompañan en este proceso. Todos sobreviven con golpes psicológicos y emocionales con la esperanza de ser escuchados por el resto de la humanidad. Con la esperanza de vivir esa promesa de un mundo mejor, que luego se convierte en una frontera cerrada, en la venta de armas, el saqueo violento de recursos naturales, y el envío de soldados para seguir con la guerra. Si están aquí es porque huyen de la violencia, de la guerra.
Hay mucha gente que nunca había pensado que tendrían que dejar su país para irse, por la fuerza, a otro lugar. No conocían otras formas de vivir, otras culturas, otras comidas. Algunas, en su país eran tenderos, mecánicos, campesinos… Ahora les toca empezar de nuevo sin conocer el idioma, a veces sin saber leer ni escribir. Como se van a adaptar! Si Europa no desea que la gente venga para aquí, por favor dejen en paz a Siria, Afganistán, Palestina, Congo, y Haití… ¡Dejen que vivan en paz! Este campesino y esta mujer que no sabe ni escribir su propia idioma querían quedarse en su casa, no querían venir. Pero la guerra y la violencia continuada no les dejó ningún otra opción que lanzarse al mar.
Para que esta violencia no siga creciendo más y más, nos corresponde a la sociedad civil organizarnos, promover un mundo sin estos ‘sultanes’. Un mundo donde nos escuchemos, donde trabajemos para que podamos vivir en paz y con amor. Un mundo que tenga sensibilidad humana. Donde nos respetemos y trabajemos para construir un mundo pacífico sin tantas separaciones y dificultades. No es difícil hacerlo. Solo nos tenemos que poner manos a la obra y trabajar conjuntamente para construir y cultivar esta paz que tanto deseamos. Solo tenemos que pasar a la acción.